Uno de los aspectos que más os preocupa y por el que con frecuencia nos consultáis a los pediatras es la talla de vuestros hijos, sobre todo cuando está por debajo de lo que esperaríais u os gustaría. Hoy por hoy, conocemos algunos de los factores que influyen en el crecimiento (pero no todos) y desde luego no disponemos de un método fiable que nos permita predecir, con poco margen de error, la talla adulta. Sí es cierto que la valoración del crecimiento de un niño es fundamental, ya que es un marcador muy sensible de su estado de salud y bienestar. Por eso es importante hacer un seguimiento del crecimiento y poder así detectar cuándo algo no marcha del todo bien.

¿Mi hijo está creciendo bien? ¿Será bajito de mayor? ¿Por qué hay temporadas en las que parece que no crece nada? ¿Podemos hacer algo para que sea más alto? Vamos a intentar dar respuesta a éstas y otras preguntas que a más de uno se os habrán pasado por la cabeza. 

El crecimiento es un proceso que abarca desde la concepción hasta finalizada la pubertad. No en todas las etapas se crece a la misma velocidad ni están implicados los mismos mecanismos. 

Después del nacimiento, el crecimiento va a estar regulado principalmente por la GH y otra serie de hormonas que dependen de ella, aunque por supuesto, hay muchas otras hormonas y factores implicados. 

¿Si mi hijo empieza la pubertad pronto, quiere esto decir que será bajito?

Depende de lo que consideremos “pronto”. Siempre que la pubertad se inicie a una edad normal (8 años en niñas, 9 en niños) la talla final no se modifica, será la que le corresponda. De igual modo, un niño que comienza su desarrollo más tarde que la media, no necesariamente será el más alto de la clase, simplemente tardará más tiempo en alcanzar su talla final. 

¿En que nos fijamos los pediatras para valorar la talla de un niño?

No es tan sencillo como medirle y ya está. Como la mayoría de los parámetros en la infancia, se compara su talla con unos valores de referencia para niños de su misma edad, sexo y raza (de nuevo los famosos percentiles). Pero es que, además, aquí debemos tener en cuenta otros dos aspectos muy importantes: la talla familiar (recordad que los genes influyen bastante) y el ritmo de maduración de cada niño. La forma que tenemos de hacernos una idea de “qué tal va” el niño con respecto a su contexto familiar es calcular lo que se conoce como “talla diana”. Ésta, es la talla final esperable para ese niño, en función de la talla de sus padres. La fórmula que se suele utilizar es la siguiente: 

A esto hay que añadirle un margen de error de aproximadamente 5 cm arriba, 5 cm abajo. 

Por ejemplo, si el padre de Pepito mide 178 cm y su madre mide 165 cm, el cálculo sería: 178 + 165/2 = 171,5 cm; le sumamos 6,5 cm por tratarse de un varón, con lo que la talla diana de Pepito sería 178 cm (5 cm arriba, 5 cm abajo). 

Importante recalcar que esto es sólo una aproximación, ya adelantábamos al principio que el crecimiento es mucho más complejo e intervienen multitud de factores. Además, si la diferencia de talla entre ambos padres es notable (uno de ellos es muy alto y el otro muy bajito) este cálculo es todavía más impreciso, ya que es probable que el niño “salga” a una de las dos ramas familiares. 

Una vez que sabemos la talla diana del niño, podemos ver si en la gráfica se corresponde más o menos con el carril de crecimiento en el que va en ese momento. Para ello, “seguimos” el carril del crecimiento de ese niño hasta los 18 años y vemos si se ajusta a su talla diana. 

Decíamos que el segundo factor a tener en cuenta es el ritmo madurativo. Para valorarlo, empleamos la edad ósea, que se puede estimar a partir de una radiografía de muñeca izquierda. La edad ósea puede corresponder con la edad cronológica del niño, o bien estar adelantada o atrasada.  Siempre que valoremos la talla de un niño, conviene más que nos fijemos en su edad ósea, porque nos dará una idea más aproximada de cómo va su crecimiento y de su talla final. 

No nos cansaremos de insistir en que, hoy por hoy, no existe un método realmente fiable para predecir la talla adulta; y esta fiabilidad es aún menor cuánto más pequeño es el niño. 

Además, tened en cuenta que el crecimiento es un proceso dinámico, de poco nos sirve el valor de una talla aislada. Lo importante es conocer la trayectoria, por eso los pediatras hacemos tanto hincapié en las gráficas de crecimiento. 

¿Tienes la sensación de que hay temporadas que tu hijo apenas crece y otras en las que de repente se le queda pequeña la ropa? Efectivamente, los niños no crecen de forma constante. Habrá meses que crezcan más rápido y otros más despacio. Este es el motivo por el que solemos medirles cada 6 meses, o incluso de año en año. 

¿Entonces, puedo hacer algo para que mi hijo crezca bien?

La respuesta es sí. Si has llegado hasta aquí, ya sabrás que el crecimiento de un niño depende en gran medida de factores genéticos y hormonales. Pero además, también juegan un papel importante los factores ambientales, sobre los que sí podemos influir. Por ejemplo, inculcarles hábitos de vida saludables, como son una buena alimentación y la práctica regular de ejercicio físico, sin duda influyen positivamente en que el niño desarrolle todo su potencial de crecimiento. Por el contrario, se ha visto que los niños que crecen en condiciones nutritivas o psicosociales desfavorables tienden a tener una talla adulta más baja y a desarrollarse más tarde. 

¿En qué situaciones debemos consultar a nuestro pediatra?

En general, hacer un seguimiento del crecimiento es importante en todos los niños, y por eso forma parte de las revisiones del niño sano, desde que nacen hasta la pubertad. Sin embargo, prestaremos especial atención en las siguientes situaciones: 

La inmensa mayoría de los niños sanos crecen de forma normal, alcanzando la talla que les corresponde antes o después. De aquellos que son diagnosticados como “talla baja”, la mayoría se engloban dentro de lo que conocemos como “talla baja familiar”, que es una variante de la normalidad. No es más que un niño que se parece a sus padres. 

En nuestra opinión, hoy en día quizá se dé una importancia excesiva a tener una talla más alta, como si esto fuera sinónimo de bueno o de éxito. Si tu hijo crece bien y está sano, enséñale a gustarse como es. Su autoestima no se mide en centímetros, pero tú puedes fomentarla desde pequeño. 

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Bibliografía